16 «Lucio, cónsul de los romanos, saluda al rey Tolomeo.
17 Han venido a nosotros, en calidad de amigos y aliados nuestros,
los embajadores de los judíos para renovar nuestra antigua amistad y
alianza, enviados por el sumo sacerdote Simón y por el pueblo de los
judíos,
18 y nos han traído un escudo de oro de mil minas.
19 Nos ha parecido bien, en consecuencia, escribir a los reyes y
países que no intenten causarles mal alguno, ni les ataquen a ellos ni a sus
ciudades ni a su país, y que no presten su apoyo a los que los ataquen.
20 Hemos decidido aceptar de ellos el escudo.
21 Si, pues, individuos perniciosos huyen de su país y se refugian en
el vuestro, entregadlos al sumo sacerdote Simón para que los castigue según
su ley.»
22 Cartas iguales fueron remitidas al rey Demetrio, a Atalo, a
Ariarates, a Arsaces
23 y a todos los países: a Sámpsamo, a los espartanos, a Delos, a
Mindos, a Sición, a Caria, a Samos, a Panfilia, a Licia, a
Halicarnaso, a
Rodas, a Fasélida, a Cos, a Side, a Arados, a Gortina, a Cnido, a Chipre y a
Cirene.
24 Redactaron además una copia de esta carta para el sumo sacerdote
Simón.
25 El rey Antíoco, pues, tenía puesto cerco a Dora en los arrabales,
lanzaba sin tregua sus tropas contra la ciudad y construía ingenios
de
guerra. Tenía bloqueado a Trifón y nadie podía entrar ni salir.
26 Simón le envió 2.000 hombres escogidos para ayudarle en la
lucha, además de plata, oro y abundante material.
27 Pero no quiso recibir el envío; antes bien rescindió cuanto había
convenido anteriormente con Simón y se mostró hostil con él.
28 Envió donde él a Atenobio, uno de sus amigos, a entrevistarse con
él y decirle: «Vosotros ocupáis Joppe, Gázara y la Ciudadela de Jerusalén,
ciudades de mi reino.
29 Habéis devastado sus territorios, causado graves daños en el país y
os habéis adueñado de muchas localidades de mi reino.
30 Devolved, pues, ahora las ciudades que habéis tomado y los
impuestos de las localidades de que os habéis adueñado fuera de los límites
de Judea.
31 O bien, pagad en compensación quinientos talentos de plata y
otros quinientos talentos por los estragos que habéis causado y por
los
impuestos de las ciudades. De lo contrario iremos y os haremos la guerra.»
32 Llegó, pues, Atenobio, el amigo del rey, a Jerusalén y al ver la
magnificencia de Simón, su aparador con vajilla de oro y plata y
todo el
esplendor que le rodeaba, quedó asombrado. Le comunicó el mensaje del
rey
33 y Simón le respondió con estas palabras: «Ni nos hemos
apoderado de tierras ajenas ni nos hemos apropiado bienes de otros, sino de
la heredad de nuestros padres. Por algún tiempo la poseyeron injustamente
nuestros enemigos
34 y nosotros, aprovechando una ocasión favorable, hemos
recuperado la heredad de nuestros padres.
35 En cuanto a Joppe y Gázara que nos reclamas, esas ciudades
causaban graves daños al pueblo y asolaban nuestro país. Por ellas daremos
cien talentos.» No respondió palabra Atenobio,
36 sino que se volvió furioso donde el rey y le refirió la respuesta, la
magnificencia de Simón y todo lo que había visto. El rey montó en violenta
cólera.